martes, 6 de marzo de 2018

Izquierda y capitalismo


Promoviendo el uso de anticonceptivos, fomentando un feminismo que reniega de la maternidad y hostigando la lucha de sexos, la izquierda posmoderna ha propiciado la materialización de uno de los sueños húmedos de la plutocracia: un mundo en el que predominen las familias de pocos vástagos y los individuos aislados.


Quizá influidos por la reminiscencia de un tiempo pretérito que jamás volverá, los obtusos medios de comunicación españoles acostumbran a asociar el liberalismo económico con una suerte de conservadurismo moral. Así, ignorando que el dinero y la tradición siguen caminos diferentes e incompatibles, creen que quien toma el capitalismo como sistema económico opta también por un modelo social y ético opuesto al preconizado por el progresismo. La realidad, sin embargo, es bien distinta.

El progresismo moral, de hecho, no ha devenido sino en instrumento del que se sirve el capitalismo para alcanzar sus propósitos. Promoviendo el uso de anticonceptivos, fomentando un feminismo que reniega de la maternidad y hostigando la lucha de sexos, la izquierda posmoderna ha propiciado la materialización de uno de los sueños húmedos de la plutocracia: un mundo en el que predominen las familias de pocos vástagos y los individuos aislados. No en vano, como ya adivinaron los padres del pensamiento capitalista, cuando el trabajador no tiene a nadie a quien mantener, sus exigencias salariales se tornan, de pronto, más laxas, más compatibles con el empresarial anhelo de maximizar los beneficios.

Así pues, nos percatamos de que todos esos postulados progres acaban beneficiando al dinero transnacional, que, por un lado, desea familias diminutas para poder reducir los salarios sin oposición y que, por otro lado, busca seres desarraigados que no hagan sino consumir. Individuos que no amen, que no admiren; individuos que simplemente consuman hasta la extenuación o el suicidio.

En su demencia, la izquierda posmoderna, que ha dejado de defender al hombre común para abanderar las más disparatadas causas y proteger a los más residuales colectivos, ha llegado incluso a hacer suyos los ideales y objetivos de Malthus. Preocupados por el cambio climático, los más conspicuos popes del pensamiento progre han abrazado esa deletérea idea que responsabiliza del deterioro mediombiental a un supuesto ‘exceso de población’ (¡cuando el verdadero causante de ese deterioro es el mismo capitalismo que anhela la reducción de la población mundial y que sólo atiende a lógicas económicas!).

La dura realidad que tratan de ocultar los medios sistémicos es que el capitalismo, como ya ocurría hasta cierto punto en tiempos de Belloc, se beneficia de la anarquía moral predicada por la izquierda. Si se ha desarrollado tanto en las últimas décadas, es porque esta última le ha ayudado a despojar a la sociedad de sus anhelos trascendentes, de sus vínculos con el pasado (o de su tradición) y de su sentido comunitario. Ello nos prueba que la alternativa no se encuentra en los postulados de ninguna ideología moderna o posmoderna (que, al fin y al cabo, bebe de las mismas fuentes que el capitalismo), sino en esa milenaria institución que tiene su sede en Roma y su origen en Jerusalén.