domingo, 3 de septiembre de 2017

Por un patriotismo irracional


El amor por la patria debiera ser como el amor que el padre profesa a su hijo; un amor incondicional, que no atienda motivos o razones

Si algo hemos de agradecerle a los secesionismos catalán y vasco, es que ponen de manifiesto a diario la contumaz torpeza de una clase política española que se halla anclada en ese afán de suicidio llamado cortoplacismo. Ante los constantes desafíos de la avara burguesía catalana (y de esa izquierda exaltada y maloliente que le hace el trabajo sucio), nuestros políticos, sin apenas distinción de partidos, se afanan en enumerar motivos, razones, por los que Cataluña debería permanecer en España, unidad política generalmente motejada como ‘Este País’. Así, disertan, con esa irritante petulancia que sólo el ignorante puede exhibir, sobre lo desconcertante de que un grupo de personas quiera destruir una nación grandiosa, democrática, próspera y estupenda como España.

Quien haya leído a Chesterton advertirá al instante la debilidad de esta viciada argumentación: que abre la puerta a que España sea descuartizada cuando deje de reunir las condiciones citadas. Cuando nuestra patria deje de ser democrática, el separatista catalán o vasco de turno reclamará una inmediata ‘desconexión’. Cuando deje de ser próspera, habrá ingentes liberales que divaguen sobre la conveniencia de disolverla. Cuando deje de ser grande, no quedará nadie que defienda el imperativo moral que preservarla constituye. Y esta tragedia será responsabilidad de quienes, durante años, predicaron una suerte de amor racional.

El amor por la patria debiera ser como el amor que el padre profesa a su hijo; un amor incondicional, que no atienda motivos o razones. Un vástago, como un progenitor, no es amado por su estatura, su inteligencia, o por su habilidad para tal o cual deporte. Es querido por el mero hecho de que existe. Del mismo modo debería ocurrir con la nación, que es una realidad que nos viene dada; una realidad que deberíamos afanarnos en perfeccionar cada día.


Nuestra patria sólo pervivirá si a los niños – ya sea en las escuelas o en casa – se les enseña a amarla incondicionalmente, cual si de un regalo divino se tratara. No debemos amar España porque sea grande, democrática o próspera, sino por el mero hecho de que es española. Y, cuando amemos a España por ser española, se tornará grande, democrática y próspera.