miércoles, 18 de noviembre de 2015

Cuestión de mezquindad e hipocresía


Francia está bombardeando, desde el pasado domingo, la ciudad siria de Raqqa, centro de operaciones del Estado Islámico. A juzgar por los atentados de París, no puede haber acto más loable; no puede haber decisión política más noble y justa. Sin embargo, nada más lejos de la realidad; los recientes bombardeos muestran la contumaz desvergüenza de Francia y Occidente. No emplearé, sin embargo, el típico argumento progre contra la guerra. Y es que resulta evidente quien a hierro mata no merece sino a hierro morir. No existe justicia humana o divina en disposición de contradecir este principio.

La ofensiva francesa demuestra que todos lo sabían, demuestra que Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos, España... sabían dónde se hallaba el núcleo del Estado Islámico, en qué infecta alcantarilla se escondían esas escatológicas ratas. Pero no les importó. Se les antojaron insuficientes para intervenir, supongo, las crucifixiones, los degüellos, las decapitaciones, las ejecuciones colectivas, las violaciones y el comercio de mujeres. Se les antojaron insuficientes, barrunto, los 100.000 cristianos asesinados, los 20.000 yazidíes. De nada les importó hasta que el detonante estalló en nuestro cuarto de estar. Pensaría algún ser perspicaz, con el necesario toque de malicia, que lo que buscaban esos países europeos era el exterminio de cristianos en Oriente Medio. Y no lo digo yo; lo dice mi amigo el perspicaz.

Les presento, amigos, la hipocresía de este nuevo Occidente. La hipocresía y desvergüenza de quien propina un puntapié al avispero y se desentiende de las consecuencias en forma de lacerantes picotazos de avispa. La mezquindad de quien deja a la deriva a sus compañeros de fe ante el ominoso y enfurecido océano de la barbarie islamista. La debilidad moral de quien necesita los cadáveres de ciento cincuenta compatriotas para tomar una decisión que ya tiempo ha se antojaba ineluctable.

¿Y quién se acuerda de los cristianos de Oriente Medio perseguidos y asesinados por los islamistas? Nadie. ¿Quién expresa en Facebook la necesidad de rezar también por ellos? Muy pocos. ¿Quién les rinde un minuto de silencio como tributo por nuestra cómplice y culpable inacción? Algún cura desnortado. Pero les digo que algunos, con nuestros actos, seguiremos asegurándole a Dios que esa sangre no ha sido derramada en vano, que la determinación de los cristianos es más firme que nunca.

lunes, 16 de noviembre de 2015

La traición de Rajoy

El gentío gritaba. Hombres de toda clase social clamaban porque el símbolo de la barbarie legalizada llegase a su fin, porque la casta de facinerosos tecnócratas peperos arrellanados en el vulgar diván del poder cumpliese sus promesas. Sin embargo, ésta, demasiado inmersa en su edén de jamón y caviar, desoía los improperios al tiempo que hacía cálculos de estimación de voto.

Algunos confiábamos en Rajoy y el PP. Algunos llegamos a creer que el partido de la gaviota representaba una alternativa a la siniestra ingeniería social zapateril. Pobres ilusos. Ahora nos sentimos traicionados, ninguneados. Atrás quedaron esos tiempos en que Rajoy se erigía, ufano, como adalid de la defensa de la vida humana en aquellas multitudinarias manifestaciones. Atrás quedaron esos tiempos en que el asiduo lector del Marca afirmaba, con firmeza tan falsa como convincente, que no hay nada más loable que defender al indefenso. Qué tiempos, eh, Mariano. Nos la diste con queso, bellaco.

Ahora oímos a la gentecilla instalada en la cúpula del PP apelar, en el tema del aborto, al más vil de los consensos: el consenso de la barbarie camuflada como derecho de la mujer, el consenso del asesinato al inocente. ¿Y si hubiese consenso en la bondad del robo? ¿Qué harías, Mariano? Supongo que seguir fumando puros y viendo Teledeporte, que hay que ver cómo están Contador, su bicicleta y su chuletón de carne.

El aborto no sólo constituye un símbolo de la traición perpetrada por el PP a su electorado; es también reflejo de una democracia decadente. Y es que cuando la democracia se rebela contra los pilares básicos sobre los que se debe asentar, que no son sino el derecho a la vida y la propiedad privada, deja de ser el menos imperfecto de los regímenes para convertirse en el peor de ellos, para convertirse en un despótico régimen de relativismo y terror.

Mientras los políticos sigan negando la existencia de derechos inmanentes al ser humano, sigan identificando la opinión de la mayoría con la verdad, se seguirán cometiendo atrocidades como la del aborto. La opinión de la mayoría debe servir para decidir sobre ciertos temas, la mayor parte de ellos. Pero cuando ésta se utiliza para atentar contra derechos que son en sí mismos inviolables lo que se hace es, paradójicamente, un flaco favor a la democracia.

Porque una España cuyo cimiento fundamental sea la familia es posible; porque una España sin aborto es necesaria.