viernes, 31 de julio de 2015

Yihad y cruzada


Suele decirse, en ese estulto afán de equiparar cristianismo e islam, que las cruzadas fueron algo así como yihad cristiana. Sin embargo, esta afirmación tan extendida, que no es sino metáfora del triunfo del rebuzno y la ignorancia, es tan disparatada como la presencia de Leire Pajín en un coloquio de intelectuales. O sea, muy disparatada. Y disparatado, no me vayan a acusar de sexista.

Todos estos amigos del relativismo cultural, cuyo vil motor no es otro que el odio y el rencor hacia la civilización occidental, pretenden hacernos pensar que todas las religiones son iguales; es más, que todas son brutales. Y para ello utilizan las cruzadas. No obstante, lo cierto es que la única similitud que encontramos entre yihad y cruzada es el recurso a las armas por motivos religiosos. Nada más. Algunos dirán que ya es mucha similitud, pero les aseguro que no es así.

Y es que la yihad es un imperativo religioso, un prescripción que emana del mismo Alá. En el Corán hay más de 250 versículos que llaman a la lucha contra el infiel, a la aniquilación o a la sumisión de los politeístas*. Por el contrario, las cruzadas no son sino una decisión política motivada por razones religiosas que, en ningún caso en que se pretenda ser intelectualmente honesto, pueden ser consideradas preceptos de fe.

Por otro lado, la yihad, si atendemos al Corán y al “hadiz”, es “per se” ofensiva, pues conmina a atacar a los infieles, allá donde se encuentren o sea cual fuere su religión, hasta que acepten y tomen la palabra de Alá. Esto es relevante, pues las cruzadas, por contra, fueron guerras de carácter marcadamente defensivo, ya fuese para recuperar tierras conquistadas por los musulmanes o para impedir la destrucción de más lugares santos en Jerusalén (el Santo Sepulcro había sido destruido en 1009 por orden de Al Hakim) y proteger a los peregrinos que marchaban por aquel tiempo a Tierra Santa y que eran brutalmente masacrados.

No es por ello adecuado comparar yihad, que es un precepto de fe presente en la historia sin historia del islam, y cruzadas, que constituyeron un fenómeno circunscrito a la Edad Media y al combate contra la expansión musulmana. Sin embargo, nadie en su sano juicio puede pensar que los perros guardianes de la corrección política – a los que yo hoy bautizo como los incansables inventores de hechos pretéritos – anhelen el decoro. Éste, más bien, les es indiferente; todo vale para que de Occidente no quede más rastro que esa historia que ellos, voluntariosos, reescriben.


* Para los musulmanes, los cristianos también son politeístas, ya que creen en la divinidad de Cristo.

sábado, 25 de julio de 2015

Economía secesionista


Todo comenzó con el despropósito del Estado autonómico. Fue entonces cuando se volvió a dar alas a unos separatismos que habían desaparecido durante el franquismo. Y no precisamente por los motivos que se suelen argüir, mas ése es otro tema. Nos lamentamos ahora y apelamos al artículo 155 de la Constitución, como si éste fuese a remediar algo, como si aquello que no es sino papel mojado para los que tensan la cuerda pudiera cortar y hacer brotar la sangre.

No debemos centrarnos, sin embargo, en señalar con el dedo acusador a la casta política catalana – que bien podría construir su catalanista sueño húmedo en el vasto territorio de la Antártida – sino a la española. Es ésta la que, en vez de urdir un discurso de unidad nacional basado en la tradición y la historia común, en la cohesión social y en la búsqueda conjunta de la verdad eterna, ha preferido el discurso fútil e inane de la economía, de la faltriquera; la complicidad miserable de las cesiones en materia educativa. Y es que son los sucesivos gobiernos “centrales” los que han allanado el terreno, con su perezosa inacción, sobre el que los políticos secesionistas construyen su infernal y falsaria autopista hacia la independencia.

Ahora  los gobernantes de “Madrit”, desbordados por una situación de la que son parte responsable, se dedican a advertir a "Cataluña" de lo que acaecería si abandonase España, diciéndolo cual si eso fuese una opción más, cual si una generación concreta de españoles tuviese derecho a fragmentar y disponer a su antojo de una de esas selectas patrias que han construido y civilizado el mundo. Pobreza y salida de la Unión Europea, dicen PP, PSOE y sus lacayos, al tiempo que preparan la disolución de España y de su soberanía y territorio en el entramado burocrático de la instituciones europeas; al tiempo que asfixian España haciendo cálculos de estimación de voto. Demagogia y más demagogia.


La situación ya no tiene arreglo. Tras muchos años de adoctrinamiento en el odio y en el rencor en un lado y de contumaz pasividad cómplice en el otro, lo único que podemos esperar son fervorosas plegarias a la diosa legalidad y a su marido, la prosperidad económica. Y es que no podemos pretender que defiendan España aquellos que ni siquiera alcanzan a columbrar la grandeza de su significado; aquellos que sólo velan por el opulento estado de su cuenta corriente.

lunes, 13 de julio de 2015

El Papa y la España evangelizadora

El bicentenario de aquel grito de independencia de Hispanoamérica. Ése fue un grito nacido de la falta de libertades, de estar siendo exprimidos, saqueados, sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno”. Eso decía el Papa Francisco en su homilía de la Santa Misa celebrada en el Parque del Bicentenario de Quito, donde también pidió perdón por los crímenes de la conquista y colonización de América. Parece, pues, que la leyenda negra española se ha cobrado una nueva víctima, que esos lacayos de la falsa libertad que pregonan la maldad de España a diestra y siniestra han conseguido envolver al Santo Padre en su masónico hilo de mentiras.

El Papa Francisco – jesuita y argentino, para qué decir más – olvida, o simplemente ignora, que el proceso de independencia americano fue liderado por una burguesía criolla que, en contra de la voluntad popular y extraordinariamente influida por el pensamiento masónico, decidió buscar una nuevo camino para acrecentar su ya opulenta fortuna. Y es que poco le importa al Sumo Pontífice - en demasía condicionado por la herética Teología de la Liberación a la que se supone que tanto combatió – que los llamados procesos de emancipación se llevaran por delante la vida de indígenas y mestizos cuyo único pecado era querer seguir siendo españoles. Ahí está la limpia de “indios”, así los llamaban, que tuvo lugar en la Patagonia y el Chalco a cuenta del novel Estado argentino a fines del Siglo XIX. Eran los de arriba, y no los de abajo, los que no querían ser españoles.

España arribó a una tierra en la que los sacrificios humanos eran práctica cotidiana y en la que regía ese viejo amigo de la injusta justicia. España liberó América con el Evangelio, con la Buena Noticia, con la educación que los religiosos brindaron a los indígenas; España liberó a América con la verdad, no con ese batiburrillo de libertades – loadas por el Papa – que permitió que unos pocos se enriquecieran a costa de la servidumbre de muchos.


Mientras holandeses e ingleses esclavizaban a los indígenas de esos parajes a los que llegaban, los españoles se mezclaban con ellos. Mientras Holanda e Inglaterra exterminaban, España promulgaba las Leyes Nuevas de Indias, que dotaron a los aborígenes de la misma dignidad que cualquier otro ser humano. Al fin y al cabo, ésa es la congruente diferencia entre quienes desean amasar fortuna sin escrúpulo alguno y quienes pretenden ir al mundo entero y predicar el Evangelio. Pero al Papa Francisco esto último no parece entusiasmarle.