miércoles, 22 de abril de 2015

Política y demagogia

Decía Max Weber que desde la aparición del Estado constitucional, y más concretamente desde la aparición de la democracia, el demagogo es la figura más corriente entre los jefes políticos de Occidente. Y las palabras de este realista teórico de las élites no se ajustan sino a la realidad; no hay ni un solo político en Occidente que no gobierne, que no prometa, con el ojo puesto en las encuestas, en esas encuestas viciadas por un electorado en general ignorante y voluble, cuya más elevada aspiración es comprar un Iphone 6 para luego pasar las horas muertas en ese ilusorio y asnal mundo que tras la pantalla se esconde.

Y es que esto último que he mencionado, mis nunca bien ponderados lectores, es clave. La democracia liberal, salvo en honrosos casos de sociedades maduras, cultas e instruidas, termina por ser un edén de demagogos de tres al cuarto – con coleta, calva o engalanados a base de ropa de Alcampo – que nos prometen el oro y el moro. Adaptado al tiempo hodierno, a montañas de móviles, tabletas – de chocolate o no – y horribles zapatillas que con todo se conjuntan. Lo cierto es que eso es lo único a lo que puede aspirar una democracia liberal sin una sociedad lúcida que la sustente.

Con eso juegan los políticos, las élites. Con una educación mediocre, un consumismo exacerbado y un hedonismo rampante de una sociedad, en general, enferma. Pretenden que la democracia liberal no sea sino un escenario, si acaso más transparente por eso de que se halla a la luz pública, en el que se reproduzca su sempiterna y cruenta lucha por el poder; un escenario en el que se reproduzca la más brillante de las obras de teatro: ésa en la que el público se cree – pobre iluso - protagonista. Pan y circo lo llamaban antaño.

No cometan el error de pensar que la política cambia. La historia de la política, como la historia misma del hombre, es el relato de una lucha por el poder, de una lucha por el dominio sobre el prójimo (quizás sólo Jesucristo rompa este esquema). Y en ese sentido, la democracia liberal no es sino un régimen más de todos los regímenes que se han sucedido a lo largo de la historia desde la caída, desde el pecado original, esa gran catástrofe que acabó con cualquier posibilidad de hacer del mundo un lugar para objetivos grandes.


jueves, 2 de abril de 2015

"Arte contemporáneo"


Hace unos días acudí a una exposición de “arte” contemporáneo. Bueno, en honor a la verdad he de admitir que el encuentro con la exposición fue fortuito e indeseado por mi parte. En cualquier caso, traté de comportarme como un visitante más; me libré de los supuestos prejuicios que nos achacan los críticos a ésos que aborrecemos el arte contemporáneo, hice alguna foto – por eso de recordar el momento – y traté de ir más allá de mi ideal de belleza, buscando cualquier atisbo de grandeza en las obras expuestas.

El resultado fue desolador. Sigo pensando que el arte contemporáneo no es digno de llamarse como se llama y que gran parte de los pintores y escultores que le dan forma, más que pintando o esculpiendo, deberían estar dando rienda suelta a sus reprimidos instintos en presencia de un psicólogo. Quizás el problema sea mío, que no comprendo la altura de sus pensamientos, que no comprendo la magnificencia de su obra.

Lo cierto es que las pinturas y esculturas que pude contemplar distan mucho de lo que a lo largo de la Historia se ha concebido, en variopintas formas, como Belleza. Con mayúsculas. En la exposición primaban imágenes depravadas protagonizadas por íncubos y súcubos, aparatos reproductores femeninos y masculinos y, sobre todo, seres humanos con expresiones siempre rijosas, seres humanos invadidos por una lascivia desmedida que, en ocasiones, quedaba patente en forma de saliva, de vulgares babas. Ése es el nivel al que hemos llegado. Hasta al arte hemos tornado partícipe de nuestra hedonista demencia.

Pero no se crean ustedes, queridos lectores, que los pintores y escultores son unos iluminados de influencia satánica que nada tienen que ver con la sociedad. En verdad, son nuestro reflejo. Son el vivo retrato de una sociedad que se ha vendido al hedonismo, de una sociedad cuya más loable meta es la felicidad – que en verdad no es tal – inmediata y efímera, la satisfacción de instintos mediante los dos perversos placeres que dominan el mundo hodierno: el sexo y el dinero. He aquí la convergencia perfecta del consumismo exacerbado y de la filosofía de Freud. El hombre de hoy. O mejor. Nosotros, los primates de hoy.


Y es que, al fin y al cabo, ¿qué tipo de producción artística se puede esperar de una sociedad en que las conversaciones más profundas versan sobre turgentes tetas y cuentas bancarias; sobre respingones traseros y fajos de billetes hacinados en una bien custodiada caja fuerte? Ciertamente, una horrible.