domingo, 23 de noviembre de 2014

El aborto como metáfora


El gentío gritaba. Hombres de toda clase social clamaban porque el símbolo de la barbarie legalizada llegase a su fin, porque la casta de facinerosos en el poder cumpliese sus promesas. Sin embargo, ésta, demasiado inmersa en su edén de jamón y caviar, desoía los improperios mientras se dedicaba a hacer cálculos de estimación de voto.

Atrás quedaron esos tiempos en que Rajoy aparecía, ufano, como adalid de la defensa de la vida humana en aquellas multitudinarias manifestaciones. Atrás quedaron esos tiempos en que al, en ese momento, líder de la oposición le venía bien fotografiarse portando la bandera provida. Ahora, después de haber vendido, durante la campaña electoral y la primera parte de su legislatura, el más polvoriento de los humos, es momento de meter la puñalada trapera, de apelar a la necesidad del más vil de los consensos: el consenso de la barbarie camuflado como derecho de la mujer, el consenso del asesinato al inocente. “En una materia tan delicada como ésta, se requiere consenso” han venido diciendo los acomplejados del PP, genuflexos ante el ideal progresista.

El aborto no sólo constituye un símbolo de la traición perpetrada por el gobierno a su electorado; es también reflejo de una democracia decadente. Y es que cuando la democracia se rebela contra los pilares básicos sobre los que se debe asentar, que no son sino el derecho a la vida y la propiedad privada, deja de ser el menos imperfecto de los regímenes para convertirse en el peor de ellos, para convertirse en un régimen de relativismo y terror.

Mientras los políticos sigan negando la existencia de derechos inmanentes al ser humano, sigan identificando la opinión de la mayoría con la verdad, se seguirán cometiendo atrocidades como la del aborto. La opinión de la mayoría debe servir para decidir sobre ciertos temas, la mayor parte de ellos. Pero cuando ésta se utiliza para atentar contra derechos que son en sí mismos inviolables lo que se hace, paradójicamente, es un flaco favor a la democracia.

martes, 18 de noviembre de 2014

Una paz lejana

 
El atentado que ha tenido lugar en el día de hoy en la sinagoga de Har Nof, saldado con la muerte de seis judíos, ha servido para que algunos den rienda suelta a su vil antisemitismo. Ha sido utilizado por algunos para seguir denunciando, de forma torticera, el establecimiento de asentamientos judíos en zonas ocupadas por palestinos hasta 1967.

Ciertamente, este argumento, que apunta a la política de mano dura del gobierno de Netanyahu como responsable de la violencia palestina, es fácilmente desmontable. La realidad de la actitud violenta de los árabes hacia los judíos responde a algo que trasciende la acción del actual gobierno israelí, a algo que se remonta tiempo atrás y que, con el paso de los años, se ha ido agudizando fruto de la impotencia y la incapacidad de los palestinos para hacerse dueños de su propio destino.

Ya antes de la formación del Estado de Israel los palestinos estaban en manos de unas élites a las que poco importaba su sino. Unas élites, encarnadas a la perfección por el Mufti de Jerusalén Haj Amin Husseini, que junto con los demás países árabes los han empleado, a ellos y a sus desventuras, para someter al pueblo hebreo a continuos e ilógicos ataques.

Es la casta gobernante palestina la responsable de la actitud violenta de su población. Es el constante adoctrinamiento que las masas musulmanas reciben en contra de Israel el culpable de tanta agresividad. El problema no es la acción de los gobiernos judíos; el problema radica en el rechazo de un Estado judío en Tierra Santa desde su génesis.

Por ello, la idea de que la paz se alcanzará con la formación de un Estado palestino delimitado por las fronteras anteriores a la Guerra de los Seis Días es equivocada. Tras la hipotética formación de éste, las hostilidades provocadas por los árabes continuarían, ya que el sentimiento de odio hacia Israel es increíblemente intenso, incluso más intenso que el deseo de gozar de un esperanzador porvenir.

Lo cierto es que la paz no se alcanzará hasta que los palestinos, más concretamente los dirigentes que los adoctrinan, reconozcan el Estado judío y la necesidad histórica de su existencia. Mientras, y lo digo con la pesadumbre propia de quien es consciente de que es algo que no ocurrirá pronto, los atentados palestinos y las represalias israelíes se seguirán sucediendo como se suceden anticiclones y borrascas, en una encarnizada lucha por el dominio sobre el otro.

lunes, 10 de noviembre de 2014

2015, el año decisivo



El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín. La libertad, ese día, ganó la partida al utópico sueño comunista, el individualismo y el mérito se impusieron a la fantasiosa ensoñación colectivista e igualitaria. El régimen más sanguinario de la historia de la Humanidad no pudo sostenerse ni aun sirviéndose de los más salvajes medios.

La situación que hogaño vivimos en España, sin embargo, ha vuelto a dar protagonismo a los seguidores de Marx y de Lenin. La profunda decadencia que la democracia española atraviesa, manifestada en una crisis económica que no deja de tener su génesis en la podredumbre moral occidental, ha dado pie a que los defensores de la más peligrosa de las ideologías se sitúen en el centro del debate político, cuando hacía tiempo que sus tesis parecían superadas.

Nuestra gloriosa patria, y más ampliamente Europa, languidece. Parecemos, los europeos, hastiados de esa pluralidad de opiniones que siempre nos ha caracterizado; parecemos cansados de esa unión en la diversidad que nos ha hecho ser, a lo largo de la Historia, la luz que ilumina el mundo, el espejo en el que todos se miran, la cuna de la más grande tradición. Y este hartazgo, esta fatiga de base profundamente inculta, lo han canalizado los extremistas, aquéllos que, viendo sus revolucionarios propósitos más factibles, aplaudían al ver que la población seguía con su proceso de sumersión en el océano de la ignorancia.

2015 se presenta como año decisivo. Europa debe demostrar que sigue aspirando a ser el faro que ilumine el mundo. Y eso no se hace votando a los que plantean alternativas utópicas basadas en la demagogia. Eso se logra trabajando para aumentar nuestros niveles de libertad individual; se logra haciendo frente a los desmanes de la clase política sin renunciar por ello a nuestra dignidad, a la dignidad de que las tesis marxistas nos quieren desprender.

El año próximo y lo que resta de éste deben constituir una oportunidad para que los europeos mostremos al mundo que seguimos estando a la vanguardia de la cultura, para que enseñemos al mundo que las poblaciones que han llegado a columbrar la libertad, aun sin tocarla, no se dejan guiar por aquéllos dispuestos a constreñirla.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Fascismo; bases ideológicas


El fascismo, en el más estricto sentido, hace referencia al modelo político que tuvo su expresión en la Italia y Alemania de entreguerras. No obstante, con el tiempo ha tomado un sentido más amplio que designa poco menos que cualquier acción violenta o autoritaria. Puede decirse que nació como consecuencia de la frustración producida por la I Guerra Mundial.

El fascismo fue producto de una sociedad moderna; fue una ideología que creía en el progreso, hasta el punto de que sus líderes basaron sus políticas, en gran medida, en él. Tomó, además, elementos propios de lo que tradicionalmente se conoce como izquierda y derecha, de modo que originó algo así como un socialismo nacional de carácter antimarxista.

Esta ideología de entreguerras exaltaba el Estado por encima de los derechos y libertades de los individuos, por lo que mantuvo una visión indudablemente colectivista. Giovani Gentile introdujo la idea de Estado totalitario, basado en que toda iniciativa política partiese del propio Estado y en la existencia de un único partido. El mismo Mussolini recogió a la perfección esa idea en su frase “todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado.

A pesar de este enaltecimiento del Estado, el fascismo era, como se ha mencionado anteriormente, radicalmente antimarxista. Frente a la lucha de clases, promovió la colaboración, la solidaridad entre éstas, situando la nación por encima de cualquier tipo de grupo social. Era también, pues un movimiento de marcado cariz nacionalista, con un componente racista que defendía la preservación y exaltación de la raza como factor básico para garantizar la unidad nacional.

Además de antimarxista, el fascismo propugnaba unas ideas y principios absolutamente antagónicos al liberalismo y la democracia. Negaba los principios de igualdad entre todos los ciudadanos, la soberanía popular y el sufragio, así como se declaraba enemigo de la separación de poderes y el parlamentarismo.

Otrosí, la exaltación de la virilidad fue uno de los pilares básicos del fascismo; en él no había lugar para los ideales femeninos. Esta ideología de entreguerras representaba el principio de la fuerza, afirmaba que no existe motivo alguno para desdeñar la violencia, que “lo bélico” es esencia, que la guerra no es sino instrumento de progreso histórico. Para los teóricos fascistas el papel de la mujer era estar al lado del hombre, ser transmisora de vida; carecía de espacio en el plano político.

El fascismo se fundamentaba en el culto al líder; tanto a Hitler (füher), como a Mussolini (duce) se les consideraba, en sus respectivos países, hombres excepcionales con condiciones casi sobrenaturales. Para ello, la propaganda se llevó a su máxima expresión; símbolos del partido o del movimiento se hallaban presentes en todo lugar público. Además, se utilizó una grandilocuente escenografía cuyo objeto era vehicular que toda la población se sintiese parte de una unidad, que hubiese una colaboración entre clases.

Estos regímenes acabaron por constituir una religión política, que consolidaba una determinada visión del mundo excluyente con todas las demás. El fascismo recreó un universo propio, con una forma de pensar y actuar propia. Por ello, no se adscribió a ninguna religión preexistente, a pesar de que por motivos políticos tratara de entenderse con la Iglesia católica.

El fascismo adoptó una posición de desconfianza de la razón y de exaltación de la voluntad. De hecho, para los teóricos fascistas, influidos en gran medida por Nietszche, el mundo y la realidad podían tomar forma a partir de la voluntad del ser humano, ésta los determina.

El fascismo, a pesar de que muchos se obstinen en lo contrario, como ideología quedó destruido por la democracia liberal. Sin embargo, ante la crisis que ésta hogaño padece, no debemos descartar que, como el ave fénix, resurja de sus cenizas y vuelva a suponer un quebradero de cabeza para el mundo occidental.



martes, 4 de noviembre de 2014

Reflejo de una enfermedad



Los facinerosos desfilaban uno a uno en la entrada del juzgado. Debían pagar por sus delitos, por sus desmanes, por hacer lo habitualmente llamado “trincar de lo público”. Un enardecido gentío, ya cansado de la perpetua tomadura de pelo, de la aparente impunidad, les dedicaba los menos agradables insultos. Los increpaba sin percatarse de que los malvados que recibían sus gritos no eran sino la parte manifiesta de su latente enfermedad.
 
En ocasiones, los españoles tendemos a tratar a la clase política que padecemos cual si ésta fuese un islote; una unidad independiente de la sociedad; una especie de congregación de alienígenas que ninguna relación guarda con usted, querido lector, y conmigo. Solemos apreciar sus corruptelas como una realidad paralela ajena a nuestros poco ejemplares comportamientos.

Esto, en mi opinión, es un error rayano en lo pueril, pues no hay más que observar con cierto detenimiento la realidad que tan lóbrega se nos presenta para dilucidar que la casta política, cuya contumaz incapacidad y desfachatez sufrimos, es producto nuestro; es resultado de una sociedad enferma y obcecada. Una sociedad que, hasta este período de vacas flacas, había restado importancia a los desmanes de los políticos.

Queda muy bien, precisamente porque nos exime de culpa, criticar a los hampones que nos gobiernan y roban dejando al margen de la crítica a la ciudadanía. No obstante, es indispensable preguntarse si una banda de ladrones gobernaría en un país en que los niños no copiasen en los exámenes o en que la propia sociedad no arrojase al basurero del olvido su tradición; si una sociedad lúcida, leída y culta permitiría que una cuadrilla de golfos apandadores dirigiese sus pasos.

La respuesta a esta pregunta se me antoja accesible incluso para las mentes menos lúcidas: no, no se harían con el poder. Y es que si ahora tenemos que lidiar con unos políticos que se han corrompido hasta el tuétano es porque nosotros, anteriormente y en muestra de clara patología, hemos depositado nuestra confianza en ellos. Nosotros, y sólo nosotros, hemos delegado el poder en una banda de protervos inútiles. Nosotros, y sólo nosotros, somos los creadores del monstruo que hogaño nos devora con saña.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Esa España casposa



La enfermera contagiada de ébola se ha recuperado. Con ello se disipan, se esfuman, las oscuras esperanzas de algunos que pretendían sacar tajada política. Y de otros que pretendían dar rienda suelta a su vileza tomando como pretexto la desgracia ajena. Aquéllos que urdían una estratagema similar a la que se llevó a cabo tras la Guerra de Irak, el desastre del Prestige o el 11M, se quedaron con las ganas, con la miel en los labios.

La España casposa ha vuelto a salir a la luz con la “crisis” del ébola. Esa España que resta importancia a la vida humana y que, mientras, llora a moco tendido y pancarta en mano el sacrificio de un perro. Y es que algunos se negaban a rescatar, a ofrecer ayuda, a esos dos héroes que habían dedicado su vida a los demás. Eso sí, Excalibur importantísimo. Cómo sacrificar al perro, por los clavos de Cristo. Ese pobre animal inocente.

A lo largo de estos dos meses, toda la latente suciedad en que nadaba la sociedad española ha salido a flote. Ese vacío moral, ese pozo de ignorancia, que oprime a toda una población se ha tornado más manifiesto en esas convocatorias en que despiadados individuos rebuznaban insultos contra el gobierno por prestar ayuda  a los misioneros.

Hemos llegado a un punto de no retorno. Nos hallamos en una época en que la caridad y la empatía, entre otras virtudes, se han convertido en una mera herramienta del fanatismo político para alcanzar sus sombríos propósitos. Sólo así me puedo explicar que la muerte de los misioneros poco menos que se desease y que la enfermedad de la enfermera haya suscitado tantas manifestaciones en contra de un gobierno que a unos y a otros tiene descontentos.

Provoca lástima contemplar a una nación, que otrora fue baluarte de unos determinados valores, sumirse en este desgarrador nihilismo. Por mucho amor por la patria que uno sienta, es inexorable que se le pase por la cabeza el anhelo de marchar a un lugar mejor. A  un lugar en que no se llore más la muerte de un perro que la de un ser humano.
El lobo estepario
*Artículo también publicado en pensadmientraspodais.blogspot.com bajo mi pseudónimo (el lobo estepario)